Todos los días cada uno de nosotros realizamos acciones que ofenden a Dios u otra persona. Muchas veces, si somos honesto al respecto nos sentimos mal. Sentimos una carga bien pesada sobre nuestros hombros. Es algo que nos puede hacer daño tanto espiritual como físico.
Si no confesamos nuestros pecados delante de Dios y otras personas estaremos atados. Peor aún, el Padre nos llamará mentirosos y afectará nuestra relación con él y aquellas personas que hemos ofendido.
Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja halla perdón.
Proverbios 28:13