En la ley de Moisés había un altar que representaba la presencia de Dios, donde se ofrecían sacrificios para el perdón de pecados. Luego en el nuevo pacto, Jesús vino a ser el cordero para el sacrificio perfecto de una vez y para siempre (Hebreos 9:11-12), lo que nos da la entrada directa y en cualquier lugar a la presencia del Padre. Dios quiere que en el altar, es decir ante su presencia, nosotros seamos ese sacrificio vivo, santo, agradable a Él (Romanos 12:1).